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porque nosotros también somos estudiantes.
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Los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala fueron asesinados
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- La fosa de la barbarie
México el viernes 7 de noviembre confirma, tan temida como
esperada, de que los 43 estudiantes de Magisterio desaparecidos el 26 de septiembre habían sido asesinados hizo saltar en mil
pedazos las últimas y frágiles ilusiones y empujó al país a un abismo de dolor
de magnitudes históricas. El heraldo de la terrible nueva fue el procurador
general, Jesús Murillo Karam. En una multitudinaria conferencia de
prensa, anunció los resultados de la investigación que, en las últimas semanas, ha mantenido en
vilo al país. En tono grave, evitando las espinas que pudiesen aumentar el
dolor de las familias, Murillo Karam explicó que aquella
noche los normalistas detenidos por la
Policía Municipal fueron entregados a sicarios de Guerreros
Unidos, el cartel que controlaba Iguala, y que fueron conducidos, hacinados
en un camión y una camioneta, hacia un basurero de Cocula, una localidad
vecina.
Amontonados, malheridos, golpeados,
muchos de los estudiantes, quizá hasta una quincena, murieron asfixiados en el
trayecto. Una vez en el paraje, los sicarios, siempre según la confesión de los
criminales detenidos, fueron bajando, con los brazos en alto, a los normalistas
vivos e interrogándolos. Querían saber por qué habían acudido a Iguala, por qué
se habían enfrentado al alcalde y su
esposa. Luego, con frialdad abismal, los tumbaban en el suelo y los
mataban. Con sus cuerpos levantaron una inmensa pira que alimentaron con
maderas, desperdicios y neumáticos. La hoguera, el fuego de la barbarie que a
buen seguro seguirá crepitando durante años en la memoria de muchos mexicanos,
ardió desde la madrugada hasta las tres de la tarde sin que nadie viese o
dijese nada. Luego, por orden de sus superiores, los sicarios recogieron los
restos calcinados, los fracturaron y los arrojaron en bolsas de basura al río
Cocula. La corriente se los llevó hasta un destino desconocido
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